Fotograma de la película Gisaengchung (Parásitos) en el que se ve una calle de una ciudad china en perpectiva, en el plano medio un joven, uno de los protagonistas, se acerca a un vendedor ambulante.

Gisaengchung (Parásitos)

Estamos ante, según cuentan, el mejor largometraje de la impecable filmografía del genio surcoreano Bong Joon-ho, y una de las mejores obras de esta década.

Las fugaces dos horas y cuarto de duración de Parásitos y el tsunami de estímulos con los que golpea al espectador sólo pueden ser comparadas con algunas de las grandes sinfonías que han perdurado a través de los siglos.

De nuevo, es la imposibilidad de comunicación la que guía una comedia con el alma negra. Otra vez, la sociedad dividida en dos bandos no sólo antagónicos sino condenados a la explotación, la humillación y el miedo. Y, como no podía faltar, esa extraña obsesión por las cloacas, los túneles y las vidas ocultas.

La película cuenta la historia de dos familias idénticas. Eso sí, una vive en un edificio del más pulcro diseño y la otra, en un sótano hundido en el más turbio agujero.